<<La sensación de estar encerrado es incomparable a cualquier otro método de tortura física. Las paredes se acercan a tu piel, tu vista no encuentra el horizonte, el aire se hace cada vez más denso. Moverte no es una opción. No importa cuanto grites, no importa cuanto llores, nada ni nadie te va a sacar de ahí. Las horas pasan y tus fuerzas se agotan. Es entonces cuando asumes que no hay salida. Es entonces cuando asumes el fin. Es entonces cuando todo lo que importaba hasta ahora, ya no importa. Bienvenido al infierno>>
Después del shock, había caído en un profundo sueño. No por el hecho de tener sueño. Sino por la esperanza de que toda la pesadilla que estaba viviendo no fuera más que eso, una pesadilla. Pero el despertar fue peor. El despertar sí que era una pesadilla.
Abrió los ojos y no percibió otra cosa que oscuridad. De hecho, dudó que de verdad hubiera abierto los ojos. Lanzó la mano a encender la luz de la mesilla, pero una pared se lo impidió. Una pared que ni siquiera le permitía doblar el brazo. <<¿Dónde estoy?>> pensó. Intentó incorporarse, pero estaba rodeado de paredes. No podía levantar la cabeza más de 5 cm. Golpeó las paredes con fuerza. Los golpes sonaban huecos. No era una pared. Era como si estuviera en….
Una caja.
Empezó a gritar y a golpear con fuerza las paredes. Quería salir de ahí. El aire estaba cada vez más viciado. El oxígeno se reducía cada vez más.
Al cabo de lo que parecía media hora de gritos y golpes, desistió. No tenía sentido. Quien le había encerrado no tenía la intención de sacarle de ahí.
Pasó más tiempo. Ya no sabría decir cuánto. Sin luz, ni agua ni fuerzas. El paso del tiempo se hacía lento. Lento. Lento. De pronto, un sobresalto. Notaba como se movía, como si fuera transportado. Volvió a recoger fuerzas para golpear y gritar, de nuevo, sin obtener respuesta.
El movimiento no fue instantáneo, sino que duró por un tiempo. A veces notaba golpes contra la caja. Otras veces notaba que iba en una furgoneta o similar, por los ruidos típicos de carretera. Al cabo del rato, el cansancio y el sueño le vencieron.
* * *
Le despertó una multitud de gritos y golpes, similares a los que él producía cuando golpeaba «su caja». Se sintió rodeado, no por paredes, si no por gente como él. Por gente en su situación. El terror se apoderó de sus huesos.
* * *
En ese mismo instante. En otro punto de la ciudad, un prestidigitador se preparaba para su actuación ante una «manada» de niños. La cuarta de esta semana.
Autoria: Paloma Canseco Muñoz (@robinandaudrey)