Category: Cuando se abra el telón


Acto IV

<<La sensación de estar encerrado es incomparable a cualquier otro método de tortura física. Las paredes se acercan a tu piel, tu vista no encuentra el horizonte, el aire se hace cada vez más denso. Moverte no es una opción. No importa cuanto grites, no importa cuanto llores, nada ni nadie te va a sacar de ahí. Las horas pasan y tus fuerzas se agotan. Es entonces cuando asumes que no hay salida. Es entonces cuando asumes el fin. Es entonces cuando todo lo que importaba hasta ahora, ya no importa. Bienvenido al infierno>>

 

Después del shock, había caído en un profundo sueño. No por el hecho de tener sueño. Sino por la esperanza de que toda la pesadilla que estaba viviendo no fuera más que eso, una pesadilla. Pero el despertar fue peor. El despertar sí que era una pesadilla.

 

Abrió los ojos y no percibió otra cosa que oscuridad. De hecho, dudó que de verdad hubiera abierto los ojos. Lanzó la mano a encender la luz de la mesilla, pero una pared se lo impidió. Una pared que ni siquiera le permitía doblar el brazo. <<¿Dónde estoy?>> pensó. Intentó incorporarse, pero estaba rodeado de paredes. No podía levantar la cabeza más de 5 cm. Golpeó las paredes con fuerza. Los golpes sonaban huecos. No era una pared. Era como si estuviera en….

 

Una caja.

 

Empezó a gritar y a golpear con fuerza las paredes. Quería salir de ahí. El aire estaba cada vez más viciado. El oxígeno se reducía cada vez más.

 

Al cabo de lo que parecía media hora de gritos y golpes, desistió. No tenía sentido. Quien le había encerrado no tenía la intención de sacarle de ahí.

 

Pasó más tiempo. Ya no sabría decir cuánto. Sin luz, ni agua ni fuerzas. El paso del tiempo se hacía lento. Lento. Lento. De pronto, un sobresalto. Notaba como se movía, como si fuera transportado. Volvió a recoger fuerzas para golpear y gritar, de nuevo, sin obtener respuesta.

 

El movimiento no fue instantáneo, sino que duró por un tiempo. A veces notaba golpes contra la caja. Otras veces notaba que iba en una furgoneta o similar, por los ruidos típicos de carretera. Al cabo del rato, el cansancio y el sueño le vencieron.

 

* * *

 

Le despertó una multitud de gritos y golpes, similares a los que él producía cuando golpeaba «su caja». Se sintió rodeado, no por paredes, si no por gente como él. Por gente en su situación. El terror se apoderó de sus huesos.

 

* * *

 

En ese mismo instante. En otro punto de la ciudad, un prestidigitador se preparaba para su actuación ante una «manada» de niños. La cuarta de esta semana.

 

Autoria: Paloma Canseco Muñoz (@robinandaudrey)

Acto III

– Tiene suerte de que haya sido en medio de un espectáculo, así tiene a 350 testigos – comentó el policía soltando una carcajada al final – Aún no podemos determinar las causas de la muerte, pero por lo que nos ha dicho, todo apunta a un ataque de ansiedad. ¡La próxima vez escoja mejor a sus voluntarios!

Se encontraba rodeado de una muchedumbre de gente que intentaba averiguar algo de lo ocurrido. Murmullos. Rumores. Críticas. Sospechas. Ya no eran solamente las voces a su alrededor, eran las voces dentro de su cabeza. ¿Era pura casualidad? ¿Locura acaso? ¿O era todo una estratagema de los escépticos que le acosaban continuamente?

Vio como el cuerpo se alejaba en la ambulancia y los oficiales retiraban el cordón de policía. Él seguía en shock, incapaz de dar un paso, incapaz de articular palabra. Las imágenes de lo ocurrido pasaban una y otra vez por su mente. <<Se te ha acabado el tiempo>> repetía. <<Se te ha acabado el tiempo>>.

Una gota. Dos. Tres… y, de repente, muchísimas. Tan solo la lluvia fue capaz de sacarle de su ensimismamiento para descubrir que apenas quedaba gente a su alrededor. Estaba solo, y sin tiempo.

 

*                                                                *                                                          *

 

-¡Riiiiiiiiiing! ¡Riiiiiiiiiiiiiing!

-¡Riiiiiiiiiing! ¡Riiiiiiiiiiiiiing!

-¡Riiiiiiiiiing! ¡Riiiiiiiiiiiiiing!

 

Se despertó sobresaltado y extendió el brazo hacia la mesilla, donde el teléfono no cesaba de sonar. Tras varias vacilaciones, consiguió alcanzar el auricular y descolgó.

-¿Diga? – dijo con voz ronca y somnolienta. No hubo respuesta. – ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? – Se podía escuchar una respiración, relajada, pero ninguna palabra. – ¿Oiga? – la llamada se cortó.

¿Quién podía haber llamado en mitad de la madrugada? ¿Tendría que ver con lo acaecido por la tarde? Tantas incógnitas. Tantos sucesos sin explicación. Y ¿Por qué a él? ¿Por qué ahora? ¿Por qué ahora que había superado lo sucedido hace cinco años y había vuelto a los escenarios?

El sueño le había abandonado por completo y se enfrentaba a una noche en vela a solas con sus pensamientos. <<Quizás la lectura me distraiga un poco>> pensó. Alargó la mano hacia el interruptor. Una débil luz iluminó la habitación. El pánico le empezó a invadir todo el cuerpo. Pánico que se tornó en horror a los pocos segundos. Miraba sus manos, por ambos lados. Estaban llenas de sangre. El corazón le empezó a latir muy fuerte. No podía respirar. Se ahogaba. No entendía nada. Observó a su alrededor enloquecido, buscando una respuesta.

Sus ojos la descubrieron. Su mente no pudo asimilarla. Cayó inconsciente. En la pared de enfrente, escrito con sangre, rezaban las letras:

 

 

                                                D                      I                       E

 

Autoria: Paloma Canseco Muñoz

Acto II

El público se quedó en silencio absoluto, se miraban unos a otros. Finalmente, sonó un aplauso, y luego otro, y luego otro, y así hasta que se llenó la sala. No lo entendía. No le creían. Se pensaban que era una broma. Pero él sabía que no. Alguien estaba pensando en una muerte. En una muerte que aún no había ocurrido, pero que poco le faltaba.

El primer acto del espectáculo sucedió sin contratiempos. Adivinaciones de nombres, de procedencia de objetos… Telekinesia… Todo seguía su curso. Algún chiste para aligerar tensión. Pero ni rastro de aquellos pensamientos. Aquel presentimiento, aquella llamada de atención no se había vuelto a producir. Diez minutos de descanso.

Volviendo al camerino, intentaba recordar aquella sensación que había tenido al comienzo del espectáculo. Estaba tan seguro… pero no había vuelto a percibir nada raro. Entró en su camerino, se sentó en el diván y se aflojó el nudo de la corbata al tiempo que cerraba los ojos y exhalaba profundamente. De nuevo, ese escalofrío. Se incorporó inmediatamente y dirigió la mirada hacia la mesa; la fotografía yacía ahora tumbada y el cristal estaba resquebrajado. La incorporó, la zona en la que salía su compañero aparecía quemada. Miró a su alrededor, pero no había nadie.

-Para el siguiente acto, voy a necesitar un voluntario. Alguien especial, alguien que tiene una inquietud esta noche. – Intentaba atraer los pensamientos de aquella fuerza de nuevo. Buscaba entre las butacas. Miraba a los ojos de cada uno buscando una respuesta. Un sentimiento de contradicción se generaba en las mentes de los asistentes, querían salir, pero les daba miedo.- Usted, sí usted – señaló a un hombre que agachaba la cabeza y mantenía la mirada en el suelo- ¿puede subir al escenario, por favor?

Era un hombre misterioso, encorvado, ataviado con un largo abrigo marrón desgastado por el uso. Aunque no parecía mayor, caminaba como si sobre sus hombros descansase el peso de los años, de las experiencias. Tenía el pelo castaño, pero revuelto y como sucio. No le miraba en ningún momento. Paso a paso. Muy lento, como si no quisiese subir.

 -Siéntese en esta silla, por favor. – El hombre le miró como incrédulo, pero se sentó y siguió cabizbajo. Intentaba percibir cuál era su nombre, pero no conseguía recibir ninguna señal. Aquel hombre estaba como vacío. – ¿Puede decir su nombre al público por favor? – El hombre no pronunció palabra, ni se inmutó. – ¿Disculpe? ¿Puede decirnos su nombre?

De pronto, el hombre se levantó, y le miró fijamente. Los ojos eran de un azul muy claro, pero sin vida. Le puso la mano en el hombro y empezó a temblar como si de un ataque epiléptico se tratara. Cada vez más rápido. Cada vez más fuerte. Su mano, en cambio, no soltaba su hombro, sino que lo apretaba con más fuerza. Comenzó a murmurar palabras sin sentido, como en otra lengua, mientras que su cuerpo no dejaba de zarandearse. Más rápido. Más rápido. Más fuerte. Más fuerte. Tras unos segundos, se paró súbitamente.

– Se te ha acabado el tiempo – murmuró con una voz muy profunda y grave.

Y de pronto el cuerpo cayó inerte sobre el suelo.

Autoria: Paloma Canseco (@robinandaudrey)

Acto I

<<Cuando la sangre sale por la boca, deja un sabor amargo, ferroso y a la vez ácido. Cuando comienza a resbalar por nuestro cuerpo, notamos una sensación suave de calor. No nos damos cuenta de lo importante que es la sangre en nuestras vidas, no nos damos cuenta que con una sola gota infectada puede acabarse nuestra historia, o que con un corte en un sitio determinado podemos acabar desangrados.

Quizás a primera vista, las palabras parezcan menos poderosas. Pero no lo son. Pueden llegar a ser más poderosas que cualquier espada o cualquier pistola. Las palabras pueden llevar a hechos, y los hechos, a su vez, a la muerte. Las palabras se crean, salen, entran y son la base de nuestros pensamientos, de nuestra mente, y en definitiva, de nuestros actos.

El ser humano común, no se da cuenta, que en muchas ocasiones, con una palabra se puede hacer mucho más daño que con un arma. Y tampoco se da cuenta de que se puede controlar a la gente con palabras.>>

-¡Tercera! Cinco minutos y a escena – gritó una voz al otro lado de la puerta. Sus ojos despertaron de la abstracción en la que estaba sumido y se fijaron ahora sobre la foto que descansaba sobre la mesa.

<<Fueron las palabras las que consiguieron que hoy esté aquí, las que me dieron todo y las que se llevaron lo más preciado. Son ellas las que aparecen en mi mente. Ese murmullo constante. Nunca hay silencio. Miles de pensamientos se unen, aparecen, piden a gritos ser revelados, ser devueltos a sus dueños. Pensamientos que se convierten en espectáculo. En el espectáculo de la mente – salió de la sala y dirigió sus pasos escaleras arriba hacia el escenario – no importan mis pensamientos, tan solo los del público, que ha pagado para que se los diga, para que demuestre que los percibo. Tres segundos. Detrás del telón todo está muy oscuro. Se pueden oír algunos murmullos, que quedan difuminados bajo miles de pensamientos. Dos segundos. Sin embargo, hay uno que me llama especialmente la atención. Un segundo. Ya no hay marcha atrás. Se levanta el telón. Silencio. Luces>>

-Buenas noches y bienvenidos a una noche muy especial. Hoy, alguien morirá en esta sala.

¿Quieres saber como continua? Estate muy atento a nuestro blog, iremos públicando poco a pocos todos los actos que componen este enigma.

Autoria: Paloma Canseco (@robinandaudrey)